Ir al hospital puede ser bastante estresante. La posibilidad de que exista un problema, o de que surja alguno, puede hacer que incluso las personas más tranquilas se sientan ansiosas. Para recordarles que todos hemos estado en esa situación alguna vez, recopilamos historias de internet en las que la gente comparte sus visitas más vergonzosas al médico. Hay muchas maneras de quedar en ridículo, que van desde perder el hilo de una conversación hasta malinterpretar instrucciones. Esperamos que este artículo les quite un poco los nervios antes de su próximo chequeo médico. Recuerden: los profesionales de la salud ya lo deben haberlo visto todo.
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Tenía un quiste en el hombro derecho causado por una glándula sudorípara obstruida y, como aquella maldita cosa se había inflamado, tuve que ir a urgencias. El médico entró a la habitación acompañado de una estudiante de medicina y, tras examinarme, decidió drenar el quiste para aliviar la presión. Después de la incisión, la estudiante presionó y enseguida soltó un chillido. Miré hacia atrás y vi a la pobre estudiante cubierta de pus de mi quiste. Fue realmente desagradable, como en esos programas de Nickelodeon de los años noventa en los que alguien terminaba cubierto de alguna cosa asquerosa. La pobre se quedó allí inmóvil, con la cara y la parte superior del pecho cubiertas de un pus putrefacto y maloliente que había salido de mi espalda.
En la mañana del Día de San Valentín de 2019 fui al baño y evacué sangre, así que pedí una consulta de urgencia. Mi doctora, una mujer de unos sesenta años, me dijo: “Sabes que si me dices algo así tengo que examinarte de cerca”.
Me bajé los pantalones y me tumbé de lado en la camilla con las rodillas flexionadas.
“No parece haber nada fuera de lo normal”, dijo. “¿Has consumido remolacha recientemente?”.
Recordé de inmediato el batido de remolacha que había tomado el día anterior, pero me dio demasiada vergüenza admitirlo, así que mentí.
El peor Día de San Valentín de mi vida.
En plena vasectomía, la cauterización de la incisión hizo que mi piel humeara más de lo normal, lo que activó la alarma contra incendios. El quirófano terminó lleno de personas de distintas profesiones, conmigo allí totalmente expuesto.
Fui a urgencias por dolores abdominales, preocupado por mi apéndice, bazo, vesícula, etc.
Estaba estreñido.
Cuando tenía cinco años, no era muy listo, y creía que los ambientadores también se podían usar en el cuerpo. Procedí a rociar el aerosol en mis oídos. Llegué hasta el segundo oído antes de entender que había cometido un error. El dolor fue insoportable y terminé con los tímpanos dañados por la presión. ¡Fue un día horrible!
Me salieron llagas en la lengua y creí que podía tratarse de una ITS, así que fui al médico muy preocupada. Al final, todo se debía a que mi nuevo cepillo de dientes era más duro de lo que estaba acostumbrada y me había cepillado la lengua con tanta fuerza que me provoqué lesiones. Me recetaron un cepillo de dientes más suave.
Me realizaron una tomografía por un cálculo renal y, como eso era lo único que buscaban, en el informe decía: “p**e: sin nada destacable”.
Sé que no es la gran cosa, pero no necesitaban ser tan directos.
No creo que haya sido por el tamaño, sino por alguna alteración que tenga que ser revisada y tu cosa no tiene nada, o sea, está sana
Fui al médico cuando tenía aproximadamente ocho meses de embarazo. En esa etapa estaba con muchos gases y, si intentaba retenerlos, terminaba con dolor. Mientras esperaba sentada en el consultorio, sentí ganas de tirarme un gas. Lo aguanté un rato porque pensé que el médico podía entrar en cualquier momento. Pasaron quince minutos y nada. Al final lo dejé salir; fue diminuto, pero muy maloliente. Treinta segundos después entró el médico y preguntó de dónde provenía ese olor.
Dí a luz hace dos semanas y me aplicaron una epidural. Algo que no sabía es que, al parecer, ese tipo de anestesia hace imposible contener los gases. Mi estrategia era hablar fuerte cada vez que se me escapaba uno.
A los 12 años fui a una consulta médica. El doctor sabía que me aterraban las agujas (bueno, todavía me aterran). Tenía que aplicarme una inyección, así que, para que no me diera cuenta, la guardó en el bolsillo junto con sus bolígrafos. En mitad de la conversación la sacó repentinamente y se abalanzó sobre mí; yo le di un puñetazo en la cara y le rompí las gafas.
No fue intencional. Se abalanzó sobre mí con algo puntiagudo y reaccioné por puro instinto. Al final me sujetó por los hombros, me inmovilizó y me aplicó la inyección.
Durante años no pude mirarlo a la cara.
Resumen: Le di un puñetazo en la cara a mi médico.
Mi padre tuvo que hacerse un control de próstata con una uróloga bastante atractiva. Como él tenía dificultades para orinar, ella debió colocarle un catéter. Cuando terminaron, retiró el catéter y mi padre empezó a orinar sobre la pierna de la doctora. Ella se lo tomó con mucho humor y le dijo algo así como: “Si no huelo un poco a orina al llegar a casa, mi marido pensará que me estoy escapando del trabajo para tener una aventura”.
Creí que tenía una lombriz solitaria y llevé la “muestra” al médico en una bolsa de plástico. Todas las enfermeras se acercaron a inspeccionarla y el médico incluso me examinó el ano. ¡Estaba completamente avergonzado! Pueden imaginar cómo me sentí cuando me dijeron que en realidad solo eran restos vegetales de los rollitos de primavera que había comido la noche anterior. La humillación fue total.
Mi historia más vergonzosa fue cuando tuve hemorroides. Sé que las mujeres pasan por situaciones mucho más incómodas en el ginecólogo, pero no estaba preparado para estar de lado, en posición fetal, sintiéndome como un libro abierto que el doctor estaba a punto de leer.
Hace poco tuve dolor de garganta y, al intentar examinarla frente al espejo, noté unas manchas grandes y rosadas en la parte posterior de la lengua. Estuve inquieta una semana por esto, preguntándome qué podían ser y por qué no se iban, hasta que mi madre se preocupó tanto que decidió acompañarme al médico. Después de examinar mi garganta y mi lengua, el doctor explicó que aquello que me preocupaba tanto eran simplemente mis papilas gustativas. Jamás había visto a ese hombre, por lo general muy serio, sonreír de esa manera. Mi familia no deja de burlarse de mí por esto.
Uso un CPAP. Durante un tiempo dejé de usarlo y, en ese período, bajé unos 18 kilos. Cuando retomé su uso, la primera noche la presión resultó excesiva para mi nuevo peso, lo que provocó que tragara demasiado aire. Al día siguiente estaba terriblemente adolorido, así que pedí una cita con el gastroenterólogo. Lo que tenía era algo que bauticé como un “Tsunami de gases”, ya que no me daban tregua.
Tuve que explicarle a mi gastroenterólogo que el motivo de la consulta era que el CPAP estaba configurado con una presión demasiado alta, así que pasé todo el fin de semana con dolor, hinchado por los gases y expulsándolos sin parar.
Mi anécdota no es tan vergonzosa como las otras historias. Hubo un período en el que dejé de ser constante con la toma de mis anticoagulantes porque eran carísimos y mi trabajo era inestable debido a la pandemia.
Terminé hospitalizado con coágulos de sangre en los pulmones y una infección renal.
Ahora los tomo sin falta.
La maravillosa libertad de EEUU que consideran que la sanidad pública gratuita y universal es socialismo peligroso y el control del precio de los medicamentos por el estado es comunismo del peor. Menos mal que vivo en Europa y aquí (de momento) no nos llega el "sueño americano" (yo lo llamaría pesadilla)
Mi padre es enfermero. Antes trabajaba en urgencias (ahora está en traslado de pacientes, que es un poco menos caótico). Una vez llegó a casa después de un turno nocturno y me dijo, con total seriedad: “Sabes que eres un verdadero profesional cuando logras mantener la compostura mientras extraes una lámpara de lava del interior de una mujer”. No pude parar de reírme durante un minuto entero.
Aquí no aparece el dato sobre el atractivo o no del enfermero. Por qué lo especifica el texto anterior?
Era bastante pequeño y nunca había tragado una pastilla; mi única experiencia con algo similar eran las vitaminas masticables. Estaba en el hospital con mi madre y me dieron un paracetamol y un vaso de agua; supongo que nadie imaginó que yo nunca había tomado una pastilla. Me la llevé a la boca, la mastiqué con fuerza y enseguida vomité por el gusto amargo. Mi reacción fue sorpresa y desconcierto.
El médico se limitó a decir: “Hay que tragarlas con el agua…”, mirándome como si fuera tonto.
Fui al médico y me diagnosticaron una ITS. El doctor empezó a darme un sermón y me dio tanta vergüenza que no fui capaz de decirle que, en realidad, mi esposa me la había transmitido.
Cuando tenía 18 años, me salió un sarpullido en la axila izquierda. Era horrible y parecía uno de esos sarpullidos que a veces provoca el desodorante, así que asumí que había sido culpa mía por usarlo demasiado.
Finalmente fui al médico y le expliqué que pensaba que me había provocado el sarpullido por usar demasiado desodorante. Se quedó mirándome un momento y luego dijo: “No sé de dónde sale esa idea, pero sí puedo decirte que esto es impétigo, una erupción que se desarrolla principalmente en niños de entre 2 y 5 años con mala higiene”.
Sé que dicen que es algo normal y todo eso, pero nunca dejaré de sentir vergüenza al recordar que defequé durante el parto. Para colmo, cuando se rompió la bolsa, fue tan brusco que terminé empapando a la pobre partera. Parecía una escena sacada de una comedia mala.
Es de las pocas intervenciones donde es difícil asegurar que llegues en ayunas y...
Por accidente, me entró pegamento extra fuerte en el ojo y el médico se rió en mi cara.
Ya me sentía bastante estúpido; al menos finge que te importa mi dolor, doctor.
Cuando tenía unos 13 años, se me quedó atascado en el oído uno de los aretes adhesivos de mi hermana menor. Después de ver un documental sobre piratas, quise parecerme a uno y usar un arete en una oreja. De alguna forma acabó en el interior del canal auditivo y, al intentar retirarlo, lo empujé todavía más adentro, hasta que ya no hubo manera de sacarlo.
Tuvimos que ir a urgencias. Me daba mucha vergüenza contarles a mis padres, y ni hablar al médico, cómo y por qué había pasado, ya que era lo suficientemente mayor como para saber que era una historia bastante ridícula: “Quería parecer un pirata y empujé este diminuto adhesivo metálico muy dentro del oído porque estaba viendo la televisión mientras intentaba ponérmelo”.
Mi historia es de hace unos años. Fue muy vergonzoso tener que contar que me rompí la muñeca jugando al fútbol con la Xbox. Soy muy torpe y, al intentar patear, me caí hacia atrás y usé la palma de la mano para amortiguar la caída. Esa torpeza se debe a mi epilepsia, algo que descubrimos años después.
El médico estaba impresionado de que hubiera logrado lesionarme de esa manera.
Una enfermera joven y atractiva solía quedarse charlando conmigo en la habitación durante los días previos a mi operación. Me hacía compañía y yo era, para ella, una vía de escape de los ancianos groseros. Ella siempre olía bien.
La cirugía era en la parte baja de la columna y yo siempre había sido bastante velludo. Un día apareció con el desayuno; la saludé y ella, con un gesto serio, me dijo: “Gírate, por favor”. Lo hice, me quitó la bata y empezó a afeitarme. Le llevó casi una hora. Después de ese momento, la relación ya no fue la misma.
Esto lo ha escrito el mismo del primer comentario? Enfermera atractiva?
