La fotografía ha estado conmigo desde que tengo uso de razón. En mi infancia, mi padre tenía una vieja cámara Zorki, la copia rusa de la Leica II, y tenía la costumbre de revelar películas de nuestros viajes en el cuarto oscuro. Ese lugar con olores y sustancias desconocidas tenía un encanto único para mí.
Siempre le pedía estar allí y aprender el proceso de revelado de la película, ya que ver el papel en blanco convertirse en una imagen era algo mágico para mí. Posteriormente me aceptaron en la Facultad de Arte y me especialicé en artes visuales y fotografía analógica.
A lo largo de los años, me he pasado casi por completo a la tecnología digital, aunque la película y la tecnología analógica todavía ocupan un lugar especial en mi corazón.
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Todo empezó por casualidad. Mientras estaba en Suiza, vi un anuncio de neón en movimiento de una mujer con una bufanda cuando junto a ella había una mujer real con una bufanda que tenía una forma muy similar. La imagen y la mujer estaban hablando entre sí. Me gustó ese momento y vi una historia interesante.
Debido a que estamos rodeados de coincidencias, a menudo nos resulta difícil prestarles atención. La cámara es una herramienta increíble para preservar el momento y, en la perspectiva del tiempo, también para infundirle significados adicionales. Creo que los mejores momentos nos rodean continuamente. Dado que la realidad es el mejor director, es algo difícil de planificar.
Mientras haces fotografía callejera, puedes pararte en cierto punto y esperar cierta ubicación “perfecta” y aún así sorprenderte de lo que sucederá un segundo después. Aunque suene a tópico, las mejores fotos realmente ocurren por casualidad.
